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12 de octubre de 2013

Charla y café con Iris Rivera

Por Camila Vassaro 


Mi acercamiento a la literatura infantil fue lento. Venían  a mí diferentes libros pero yo los solía archivar en el último estante de la biblioteca. Los alejaba, alejaba a sus narradores, a sus ilustradores… Tal vez lo hacía por temor: no saber cómo usarlos, cómo leerlos, cómo verlos o tocarlos.
Recién como alumna de la facultad me acerqué a ese mundo mediante y gracias a la compañía de Cristina. Junto a ella llegué a mi primer cuento infantil El club de los perfectos de Graciela Montes con el que decidí no separarme más de la literatura para niños. Enseguida  entendí que necesitaba un mediador para valorar una literatura que todavía hoy suele ser desprestigiada .Comencé a sentir que mi crecimiento personal más importante se había fundado a partir de ella.
Esos libros que constituían el último estante de mi biblioteca se transformaron entonces en generadores de encuentros. Con ellos conocí la voz de Carolina– quien recitaba los poemas de Jorge Luján haciéndolos suyos- y la mirada de Antonela que no perdía detalle de las ilustraciones que acompañan ese lenguaje  que hoy nos une. Y fueron aquellos libros los que también  me llevaron al encuentro con Iris Rivera, con su cocina literaria.
En el marco de las V Jornadas de Poéticas de la Literatura Argentina para niños relizadas en la ciudad de La Plata, advertí la  presencia de Iris  durante la lectura de ponencias prestando su oído a las interpretaciones de Antonela sobre Oche Califa y a mis reflexiones sobre el docente como mediador literario en la Escuela Inicial. Luego, el encuentro con ella, café por medio: buena ocasión para expresarle el cariño que sentíamos hacia ese texto suyo que nos enlazaba, Baldanders. Iris  nos habló del título vinculado al ser mitológico hecho de cambios- y de la ilustración del libro.  Se centró en la fotografía con la que termina, la que –según ella- debía expresar la sensación de un cambio continuo a pesar de la contradicción que implicaba y  que la ilustradora Tania De Cristóforis supo resolver “muy bien y sorprendentemente” al convertir los cabellos de su Baldanders en desbordes del libro. También hizo hincapié en las agujas del reloj que ajusta el personaje masculino de la historia –finalmente convertido en gato-  para que no giren más. Expresó algunos interrogantes que le surgieron: “¿con qué las ajustaría?”, “¿de dónde sacaría herramientas?”.  El problema fue solucionado también por la ilustradora –luego de varios intentos- con el baldecito azul que vemos junto a las mutaciones del personaje a lo largo del libro. Iris se mostró muy interesada por las ilustraciones que acompañan la publicación de sus textos.
La charla continuó y  pasamos de hablar de su literatura a  compartir experiencias sobre el docente como mediador literario.
Fue emocionante conocer a Iris y sentir cómo el mundo de la palabra literaria me había trasladado al mundo de la ilustración y a la cocina de sus manos, de su  alma y de su calidez. Nuevamente sentí que mi mundo de anaqueles infantiles me seguía construyendo como persona.


Ilustración: Tania De Cristóforis

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