Mi acercamiento a la literatura infantil fue lento. Venían a mí diferentes libros pero yo
los solía archivar en el último estante de la biblioteca. Los alejaba,
alejaba a sus narradores, a sus ilustradores…
Tal vez lo hacía por temor: no saber cómo usarlos, cómo leerlos, cómo verlos o tocarlos.
Recién como alumna de la facultad me acerqué a ese mundo
mediante y gracias a la compañía de Cristina. Junto a ella llegué a mi primer
cuento infantil, El club de los perfectos de
Graciela Montes con el que decidí no separarme
más de la literatura para niños. Enseguida entendí que necesitaba un mediador para valorar
una literatura que todavía hoy suele ser desprestigiada .Comencé a sentir que mi
crecimiento personal más importante se había fundado a partir de ella.
Esos libros que constituían el último
estante de mi biblioteca se transformaron entonces en generadores de
encuentros. Con ellos conocí la voz de Carolina– quien recitaba los poemas de Jorge
Luján haciéndolos suyos- y la mirada de
Antonela que no perdía detalle de las ilustraciones que acompañan ese lenguaje que hoy
nos une. Y fueron aquellos libros los que
también me llevaron al encuentro con
Iris Rivera, con su cocina literaria.
En el marco de las V Jornadas de Poéticas de la Literatura Argentina
para niños relizadas en la ciudad de La Plata, advertí la presencia de Iris
durante la lectura de ponencias
prestando su oído a las interpretaciones de Antonela sobre Oche Califa y
a mis reflexiones sobre el docente como mediador literario en la Escuela
Inicial. Luego, el encuentro con ella, café por medio: buena ocasión para
expresarle el cariño que sentíamos hacia ese texto suyo
que nos enlazaba, Baldanders. Iris nos habló del título
vinculado al ser mitológico hecho de cambios- y
de la ilustración del libro. Se centró en la fotografía con la que termina, la que
–según ella- debía expresar la sensación de un cambio continuo a pesar de la
contradicción que implicaba y que la
ilustradora Tania De Cristóforis supo resolver
“muy bien y sorprendentemente” al convertir los cabellos de su Baldanders en desbordes del libro. También
hizo hincapié en las agujas del reloj que ajusta el personaje masculino de la
historia –finalmente convertido en gato- para que no giren más. Expresó algunos
interrogantes que le surgieron: “¿con qué las ajustaría?”, “¿de dónde sacaría herramientas?”. El problema fue solucionado también por la
ilustradora –luego de varios intentos- con el baldecito azul que vemos junto a las mutaciones del personaje a lo largo del
libro. Iris se mostró muy interesada por
las ilustraciones que acompañan la publicación
de sus textos.
La charla continuó y pasamos de
hablar de su literatura a compartir
experiencias sobre el docente como mediador literario.
Fue emocionante conocer a Iris y
sentir cómo el mundo de la palabra literaria me
había trasladado al mundo de la ilustración y a la cocina de sus manos, de su alma y de su calidez. Nuevamente sentí que mi
mundo de anaqueles infantiles me seguía construyendo como persona.
Ilustración: Tania De Cristóforis |
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